“Érase
una vez, en un lejano país….”
¿Cuántas
veces hemos oído, a lo largo de nuestra niñez, o hemos empezado alguna historia
con estas mismas palabras? Hemos crecido con ellas y ya forman parte de nuestro
ADN y, como tal, las usamos a la menor ocasión que tenemos de narrar un cuento...
Sin
embargo, si atendemos a la evolución de los cuentos populares (que la han
tenido…y mucha), tenemos que entender que ninguno de ellos fue escrito en su origen
para niños.
En
los cuentos populares existe una dualidad entre los personajes, cuyos atributos
representan la bondad o la maldad, dependiendo del papel que se les asigne en
la trama del cuento. El bien está simbolizado por el protagonista central y los
personajes secundarios, mientras que el mal está simbolizado por personajes que
representan la insensatez, la astucia, el peligro... En la mayoría de
los cuentos, los personajes pasan por varias pruebas antes de la felicidad del
final: pueden perderse en un bosque, ser perseguidos por seres malvados…algo
que se considera en psicología como obligado antes de pasar a la etapa de
madurez.
Hay que indicar que el objetivo de los cuentos infantiles suele ser
adoctrinar, por lo que estas historias incluyen una moraleja, de manera que los
niños puedan ser aleccionados: asustar a los niños con respecto a salir solos
de casa, hablar con extraños, mostrar mal comportamiento o no coger lo que les den
los extraños…
Por otro lado, podemos apreciar que la mayoría de estos cuentos “infantiles”
no son adecuados para niños; al tratarse de narraciones orales que, en un determinado
momento de la historia, se plasmaron por escrito sus versiones han ido
modificándose a lo largo de las generaciones, por lo que se ha perdido ese
matiz “adulto”.
Casi
todos los cuentos infantiles que conocemos en la actualidad provienen de la
Edad Media, aunque la mayoría fueron adaptaciones de relatos extraídos de otras
fuentes. No debemos olvidar que en aquel período de la historia muy poca gente sabía
leer, trasmitiéndose de manera oral, siendo este el motivo fundamental por lo
que existían tantas versiones distintas de la misma historia.
Con todo esto, pasemos a ver la simbología de alguno de los cuentos "infantiles" más
conocidos.
Blancanieves y los siete enanitos
Blancanieves (en alemán, Schneewittchen) es el personaje central de un
cuento, cuya versión más conocida es la de los hermanos Wilhem y Jacob Grimm.
En la versión más conocida es acompañada por siete enanos, aunque en otras
tradiciones son duendes o, incluso, ladrones...
Aquí, el personaje principal es huérfana y tiene una madrastra. En este
tipo de historias, la madrastra siempre es una mala madre. La reina, al
enterarse por un espejo mágico que poseía, que ya no es la más hermosa del
reino, le pide a uno de sus cazadores que mate a Blancanieves y que le traiga
como prueba de ello el corazón. Lo que poca gente sabe es que en la primera
edición los hermanos Grimm (en 1812), la “mala” de la obra era la
mismísima madre de Blancanieves que, celosa de la belleza de su hija, la
llevaba al bosque donde la abandonaba. Es probable que, a lo largo del tiempo,
se haya sustituido a la madre por la madrastra, con el fin de adaptar la
historia a un cuento para niños, quitándole el componente siniestro de la falta
de amor de una madre por su hija.
Además, la reina es una hechicera que puede metamorfosearse. Por tres
veces visita a Blancanieves, que no la reconoce: le ofrece primero un lazo que
casi le quita la respiración, luego una peineta que casi la envenena y,
finalmente, una manzana envenenada que hace que entre en una especie de “coma
inducido” (al igual que veremos en La bella durmiente), hasta que se presenta
el príncipe y la revive al besarla. Aquí se reitera el tópico de la
"salvación por el amor".
Es interesante reparar en el símbolo de la manzana, que se remonta a Adán y Eva en el Génesis bíblico, que simboliza la tentación, lo pecaminoso como prohibido. También aparece como parte importante de este cuento la simbología del número siete: los siete enanitos, o el hecho de que Blancanieves se convierta en una hermosa niña a la edad de siete años. El siete es un número mágico en los cuentos populares: siete son los días de la semana, siete las virtudes, siete los pecados capitales, siete las maravillas del mundo antiguo y, según la Biblia, el séptimo día es sagrado y de descanso.
Cuando Blancanieves yace muerta en el ataúd de cristal, tres pájaros acuden a llorarla junto a los siete enanitos: una lechuza (ave relacionada con la sabiduría), un cuervo (el ave de la inteligencia) y una paloma (que simbolizaba la inocencia y el amor).
Caperucita Roja
Caperucita
Roja
(en francés, Le Petit Chaperon rouge) es, probablemente, el cuento popular
más conocido de todos los existentes. El relato marca un claro contraste entre el pueblo (que
es lugar seguro donde deben habitar los hombres) y el bosque (un sitio peligroso,
lleno de seres que pretenden hacerte daño), una contraposición que era muy habitual en el
mundo medieval.
Aquí vemos que la adolescencia,
en especial las señoritas,
bien hechas, amables y bonitas
no deben a cualquiera oír con complacencia,
y no resulta causa de extrañeza
ver que muchas del lobo son la presa.
Y digo el lobo, pues bajo su envoltura
no todos son de igual calaña:
Los hay con no poca maña,
silenciosos, sin odio ni amargura,
que en secreto, pacientes, con dulzura
van a la siga de las damiselas
hasta las casas y en las callejuelas;
más, bien sabemos que los zalameros
entre todos los lobos ¡ay! son los más fieros.
Caperucita debe recorrer el bosque (que es la representación de la vida) donde encuentra al lobo (que simboliza los múltiples peligros y riesgos) para visitar a su abuelita (la sabiduría de los ancestros). Ésta es devorada, junto con su posibilidad de transmisión de su sabiduría, por el lobo, es decir, por la vida. A Caperucita no le asusta el mundo exterior, si no que más bien le parece atractivo, lo cual es un peligro. Por eso se desvía del camino que le aconseja su madre ante la tentación del seductor lobo.
El color rojo de su caperuza
simboliza la edad sexual de la protagonista, que debe guardar su virginidad
ante los seductores que quieren hacerla caer. Su peligro es la sexualidad
incipiente para la que emocionalmente aún no está preparada.
Caperucita, finalmente, comprenderá la
diferencia entre los dos tipos de hombres que hay en el mundo: el seductor (representado
por el lobo) que sólo busca su perdición y el protector (en la figura del cazador), que
representa al padre o al futuro esposo que elija en un futuro.
La Cenicienta
El arquetipo de la Cenicienta tiene una gran historia tras de sí.
Los primeros rastros podemos hallarlos tanto en los antiguos egipcios como en griegos y romanos (con la historia de Ródope).
Más tarde, volvemos a encontrarla, con el nombre de Yeh-hsien, durante la dinastía T'ang del Imperio Chino (entre los años 618-907), de donde nos llegó
la característica del pequeño pie que poseía Cenicienta. En el año
1197 en la región árabe de Persia, Nezâmí-ye Ganŷaví escribe Las
Siete Bellezas (Haft Paykar), donde
también aparece este personaje. Es en este momento cuando, tras las cruzadas,
se vuelve a arraigar su historia en Europa.
Hasta nuestros días ha llegado como más representativa la versión que hizo Charles Perrault (1697), con el título Cendrillon ou La petite pantoufle de verre, aunque se sospecha que se basó en la historia de Giambattista Basile, La Gatta Cenerentola (1634).
Yeh-hsien |
Como curiosidad, habría que indicar que, incluso, entre los indios abenaki
de Norteamérica
podemos hallar a Oochigeas, nuestra Cenicienta, entre sus historias
aunque, desgraciadamente, no sabemos si se trata de tradiciones anteriores a la
colonización europea.
Pero sea cual sea la versión de la que hablemos,
existen una serie de temas recurrentes en todas ella. Uno de ellos es la
envidia y la rivalidad entre hermanos, puesto que Cenicienta no sólo es presa de los malos tratos
de su madrastra (otra vez la recurrente figura de la madrastra "mala"…), agravados por
el odio y la envidia de sus hermanastras. Esta narración expresa las
experiencias interiores de un niño que sea víctima de una rivalidad fraternal:
Cenicienta es menospreciada por sus hermanastras, mientras que es obligada, por
su madrastra, a sacrificar sus propios intereses por los de aquellas, realizando
los más duros trabajos de la casa, aunque reciba gratitud por ello. Pero la
bajeza moral de la madrastra y de las hermanastras hace al lector sentirse
agraciado, pues piensa que él tiene la suerte de no pasarlo tan mal como
nuestro personaje.
La figura del hada madrina es un elemento
sustitutivo de la figura maternal de Cenicienta, un personaje que se encarga de
darle el elemento del cariño que le falta a nuestra huerfanita, además de presentar
ciertos símbolos de madurez sexual, con la inclusión de calabazas, lagartijas y
ratones para crear la carroza en la que viajará hasta el baile.
Por
tres veces Cenicienta baila con el príncipe, y al llegar la noche (no la
medianoche, que es algo que se agregaron en versiones posteriores) se escapa
para no ser reconocida. El número tres, la acción realizada por tres veces, es
un elemento también constante en este tipo de historias tradicionales. Vale
recordar el profundo sentido esotérico del número tres.
Otro de
los símbolos es el zapato de cristal (en las versiones más antiguas era una
zapatilla de cuero suave), que Cenicienta pierde al salir de la fiesta, el cual
simboliza el sexo femenino. El pie diminuto que posee el personaje siempre se
consideró como un signo de virtud, de belleza e, inclusive, de atractivo sexual.
El que Cenicienta se vea siempre cubierta de ceniza se considera un símbolo de
desprecio y de humillación, a la vez que le aporta un aire de humildad a su
figura.
(Continuará...)
(Continuará...)
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